10 diciembre 2007

PARA REFLEXIONAR, YA QUE SE APROXIMA LA NAVIDAD...

Ha llegado esto a mis manos y me gustaría compartirlo con mis queridos lectores. Quizás nos haga reflexionar y no nos culpemos tanto por actitudes que reprochamos, pero que año tras año repetimos... Es como siempre digo:
"TUDO VALE A PENA, QUANDO A ALMA NÃO É PEQUENA..."
QUÉ SER Y QUÉ HACER
Hemos perdido la capacidad de sorprendernos ante el espectáculo fantástico de la NAVIDAD. Como si algo así saliese de la nada; como si el hecho de que los grandes intereses comerciales parezcan haber tomado la iniciativa de la promoción de la Navidad, hubiese sido capaz de desvirtuar el sentido de ésta. No debiéramos extrañarnos ni menos sentir enfado porque el comercio se haya asociado a la fiesta religiosa: esa es una constante universal y eterna. Desde las primeras celebraciones religiosas estuvieron tan asociados el templo y el mercado, que es difícil, caso por caso, decir si fue la religión la que se unió al comercio, o fue el comercio el que se unió a la religión.
La primera necesidad que sintió el hombre desde que inventó la producción (la agricultura y la ganadería) fue la de las ferias o mercados, que no podían ir separados de los sacrificios, puesto que en ellos se proveía de comida para los asistentes. Eran sacrificios de comunión; comidas de hermandad que diríamos hoy. Es que la necesidad de deshacerse de los productos sobrantes, la alegría natural de todo mercadeo, la necesidad de atraer a los compradores con estímulos complementarios, y la necesidad de crear en torno a ellos un clima de disposición al gasto, fue imponiendo la creación de un paquete completo en el que el mercado propiamente dicho iba necesariamente acompañado de ritos religiosos y celebraciones profanas tanto más importantes cuanto mayor era la importancia de la feria.
En cuanto hay celebración a la vista, aparecen espontáneos los comerciantes. Es inevitable. Parece que forman parte del color de la fiesta. Es que ferias y fiestas son la misma palabra y la misma cosa con dos caras distintas. Y si las fiestas son grandes, las ferias han de ser proporcionales. Por eso, tratándose de la fiesta más grande del año, y siendo en ella los niños los protagonistas de honor, y con las ganas que tienen todos de volver a ser niños una vez al año, se entiende que las ferias sean desmedidas.
Pero lo importante de estas fiestas no es cuánto se compra, cuánto se vende y cuánto se consume, sino qué se hace. La vida está formada de la sucesión de actos, y no podemos consentir que todos los días sean iguales. A lo largo del año ha de haber estaciones que se esperan con anhelo, que llenan meses de vida.
Ese es el prodigio cultural de las fiestas. Pero si además están animadas de un espíritu especial, si no son sólo festejos, sino que además están dotadas de alma, esas fiestas se convierten en uno de los más ricos patrimonios de nuestra cultura.
Porque la Navidad tiene una especie de gracia santificante: todos los que se ven envueltos en ella sacan en esos días lo mejor de sí mismos, van con la idea de portarse lo mejor posible con todo el mundo; sacan a relucir su vena benéfica y se acuerdan de los que menos tienen. En efecto, forman ya parte de la Navidad las rifas benéficas, los donativos, la generosidad desacostumbrada, los buenos propósitos. Es realmente un prodigio de nuestra cultura ser capaz de mover tan buenos impulsos junto con una profusión de árboles de Navidad, pesebres e infinidad de adornos navideños y de un comercio desbordado.

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